sábado, 9 de enero de 2010

El misterio de la montaña


Tras un día agotador de tiendas por Alemania, llego a casa con la intención de no hacer nada. Ni siquiera descansar, que algo ya sería. ¿No será que he hallado, sin saberlo, la ataraxia de la que hablaban los filósofos de la grecia clásica? Tal vez. Después de unos minutos, descubro algo que sí me apetece hacer: asomarme a esta ventana cibernética a ver que se me ocurre.

Y empiezo a divagar, que el lector me perdone...

La existencia de la nada, si puede decirse así, es previa al nacimiento del mundo. Creado éste, a partir de una gran explosión cósmica que nuestra razón no puede comprender, la nada desaparece, se hace sueño lejano, refugio de dioses olvidados por el tiempo. Ya sólo nos queda intuir, si es que podemos, el significado de esa nada, aceptar que existió sin ser más que ausencia de todo lo demás. El anhelo de la nada, de ese no-ser previo al mundo, es un sentir que el hombre, de forma misteriosa, puede tratar de alcanzar en la cima de una montaña o en un recóndito lugar oscuro y silencioso. Viviendo como lo hacemos rodeados de ruido, es imposible que podamos siquiera acercarnos a comprender esta idea. Pero si no, ¿cómo comprender el impulso de todos esos alpinistas que arriesgan sus vidas, sin razón aparente, en lugares donde cada respiración se hace agotadora? ¿cómo entender, en toda su dimensión, el testimonio de un clérigo anciano y ciego, que dice -desde la celda de un monasterio escondido entre los Alpes- ser tan feliz como el más feliz de los hombres? Tengo la intuición de que el comportamiento de determinados hombres no se podría comprender si no fuera por la existencia de esa nada que, como un agujero negro en mitad de la galaxia, arrastra a determinados sujetos hasta el límite de su propia desaparición.

Pues eso. De vez en cuando conviene divagar un poco. Buenas noches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario