sábado, 9 de enero de 2010

El origen de la belleza


Algunas palabras son mágicas: al pronunciarse modifican la realidad y crean belleza, es decir, hallan la verdad allí donde ésta se encuentra. Si no se pudieran pronunciar estas palabras los sentimientos no podrían existir, el deseo humano se quedaría en puro apetito y no podría transformarse en algo que, trascendiendo al propio individuo, consigue que los hombres se reflejen en el espejo de la divinidad. Sin el poder de esas palabras transformadoras el homo sapiens no sería más que el vulgar mono desnudo cuyos hábitos y costumbres son objeto de estudio por parte de los antropólogos.

Dios es amor, dice la Biblia por boca de San Juan. Hasta ahora nunca me había tomado en serio esta frase de sermón dominical. Ahora me parece que esos dos conceptos son, efectivamente, uno solo, que sirve para delimitar una de las muchas fronteras de la razón; por este motivo ante la tarea comprender esta frase tan aparentemente sencilla el hombre cabal puede optar por rechazarla sin más o aceptarla en silencio, desde su creencia personal, ya que si busca adentrarse en su significado corre el riesgo de quedarse atrapado en las trampas del propio lenguaje.

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