miércoles, 7 de diciembre de 2011

De camino al Etna


Gran personaje Hölderlin, con él abandono cualquier enfoque "cientifista" de la filosofía. Dejo para los admiradores de Bertrand Russell y Wittgenstein semejante tentación. Pueden disfrutar de sus eminentes tratados mientras se comen un sandwich de jamón y queso promocionado por Punset, el hombre que vendió su prestigio por un anuncio de pan integral. El divulgador español ya había dado muestras de rigor al comparar a los indignados con los antiguos comerciantes de la ruta de la seda.

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Con Hölderlin aprendemos que la poesía es filosofía condensada, una suerte de vapor filosófico que busca el saber en las alturas. Nietzsche admiraba a Hölderlin por esta visión antiacadémica de la filosofía. Los dos alcanzaron la lucidez completa antes de ser arrastrados por el demonio de la locura.

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Gracias a Hölderlin, alcanzo con más nitidez a comprender las críticas de Schopenhauer a Hegel, el gran charlatán de la filosofía alemana. Un filósofo es antes un pintor que un arquitecto. En ningún caso será un académico, un tipo que pasa su tiempo pensando sobre la filosofía en vez de vivir la vida de acuerdo con un canon de verdad.

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Dos de mis filósofos predilectos son Schopenhauer y Kierkegaard. Ambos se debaten sobre el tema de la fe llegando a soluciones casi opuestas. El danés se decanta por un cristianismo que sólo se comprende desde el borde del precipicio; el filósofo alemán encuentra consuelo en el pensamiento budista, que concibe como analgésico para sobrellevar los pesares de la vida.

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A través del mito de Empédocles, Hölderlin reescribe la pasión de Cristo sustituyendo el Gólgota por el cráter del Etna. La derrota del hombre solitario se convertirá en triunfo de toda una sociedad. Para el pensador alemán, no hay hueco para muchas alegrías en esta fábula sobre el destino de los hombres libres.