martes, 30 de marzo de 2010

Cigüeñas y conjeturas


El maestro de la felicidad, Epicuro, recomienda a los hombres que pasen desapercibidos, que vivan ocultos. No vive oculto, por ejemplo, el matemático ruso que ha resuelto la conjetura de Poincaré, por mucho que trate de evitar los focos de la prensa recluyéndose en un pequeño apartamento de San Petersburgo. A veces el que intenta ocultarse es precisamente el que reclama más atención de los curiosos: si el matemático hubiera ido a recoger los premios que le han concedido seguramente no sería tan popular como lo es ahora, rodeado por ese aurea de genio eremita al que el dinero y la fama le traen sin cuidado.

¿Qué significa por tanto ese vivir oculto que preconizaba el sabio de la antigüedad? Supongo que implica que, para mantener nuestra libertad e independencia, es fundamental que nos integremos en el paisaje de lo corriente, que no demos la nota ni para lo bueno ni para lo malo. Así, incumple de igual modo el consejo de Epicuro una mujer como París Hilton cuando monta algún numerito en algún local de Los Ángeles como nuestro científico ruso cuando decide quedarse en casa en vez de acudir a una entrega de premios.

Las cigueñas de Castilla construyen sus nidos sobre lo alto de las torres de las iglesias de pueblos y ciudades. No podrían escoger un lugar más concurrido de gente a todas horas, y sin embargo, presumo que aquellas aves gozan de una tranquilidad casi total a lo largo de su vida. Pasar desapercibido tal vez signifique precisamente eso: estar tan a la vista de todos que al final nadie se percate de tu presencia, que a nadie le importe lo que haces o lo que dejas de hacer.

martes, 23 de marzo de 2010

Planeta azul


Azul es el color del cielo de mi planeta, es decir, de este dibujo salido de alguna noche de insomnio. Lo llamo planeta azul aunque en realidad su suelo es de muchos colores, de todos los que tenía a mano cuando lo hice, me atrevería a suponer. En el cielo de este planeta predomina un tono oscuro un tanto triste, pero para mí bello y por qué no decir mágico. Tal vez dibujar sea la forma más cercana que tengo de aproximarme a la poesía, al lenguaje de los sentimientos. Por eso me imagino que este dibujo iría bien para encabezar un poema o un relato para niños: un relato en en el que se hablara precisamente de un planeta inventado, un planeta en el que dos grandes árboles pretenden escaparse al firmamento escoltados a lo lejos por dos pequeñas pirámides junto a las que la noche se mezcla con el día.

De vez en cuando hay que rendir homenaje al Principito, ese maravilloso libro en el que los adultos aprenden de nuevo el oficio de ser niños.

sábado, 13 de marzo de 2010

Unas líneas panfletarias


Los políticos se empeñan en hablar "desde la tranquilidad", "desde el convencimiento", "desde la prudencia" y disparates semejantes. Dan ganas de quemar la televisión en esos momentos. Es sistemático: cada vez que usan la preposición "desde" de esa forma están mintiendo. Si un ministro le dice a un periodista: "permítame que le hable desde la prudencia", está pensando en realidad la manera de ocultar información relevante para la opinión pública.

Así, hablar desde la prudencia significa mentir a medias, ocultando datos, hablar desde el convencimiento significa mentir de modo solemne, con la voz campanuda, y hablar desde la tranquilidad significa mentir sin ningún remordimiento y, generalmente, sin temor a ser descubierto en la mentira.

Este uso infame de la preposición desde es propio de izquierdas y derechas, lo único imprescindible es ser político para poder usarlo. Los demás nos hemos de conformar con otras fórmulas menos eficaces para faltar a la verdad en determinados casos.

domingo, 7 de marzo de 2010

Tiempo de fútbol (y de Kant)


El Madrid se pone líder tras culminar una épica remontada en el Bernabéu ante el Sevilla. He aquí una noticia trascendente, que llena de alegría a millones de personas que comparten la misma incondicional pasión por unos colores y un escudo. El fútbol es una de las cosas más grandes que ha dado nuestra civilización; es un elemento vertebrador de las sociedades, ayuda a configurar la identidad tanto como la lengua o la nacionalidad y encima nos proporciona emociones incomparables durante todo el año.

Eso sí, el fútbol quita tiempo. El que es aficionado o forofo no puede vivir sin conocer todo aquello que gira en torno a este espectáculo: no sólo se trata de ver partidos, sino de estar al tanto del estado físico de los jugadores, de los rumores de fichajes, del análisis de los periodistas. Además, el fútbol tiene una historia que conviene conocer con detalle. Para un español como yo, ésta se escribe, principalmente, en los Campeonatos del mundo y Eurocopas que se celebran cada cuatro años y en la liga de fútbol y Champions que se organizan anualmente.

Con semejante carga de trabajo, ¿cómo puede uno pretender tener tiempo libre para otra dedicación similar? Imposible. Sin embargo, el que ama el fútbol sobre casi todas las cosas acepta con gusto esta contrariedad. En buena medida debo mi ignorancia al fútbol, que hace que consuma las mejores horas del día para su contemplación y análisis. Ahora bien, tolero de buena gana esta servidumbre ya que el fútbol es cauce de mi pasión y analgésico infalible contra los dolores que nacen de las relaciones sociales y de las cargas laborales.

Y en las horas en las que el fútbol no reclama mi atención, siempre puedo volver a Kant y a sus amigos del pensamiento pasados y futuros. Seguro que algunos de ellos habrían sido, de haber nacido en la actualidad, grandes aficionados al balompié. Sócrates seguro, valga la broma, pero también Epicuro y Spinoza, cada uno a su manera. ¡Qué alegría en cualquier caso haber nacido en la época actual, en la que cada tres o cuatro días hay una nueva oportunidad de renovar las ilusiones y compartir un partido de fútbol con la familia y los amigos!

sábado, 6 de marzo de 2010

Sobre la libertad y la razón


Sigo tirando del hilo, a medio camino entre la curiosidad y el morbo. Descubro que hace unos años se hizo una película sobre los últimos días de Stefan Zweig en su exilio de Brasil y me decido a contemplar el trailer, así como una entrevista con el director de la película. Pocos minutos me bastan para comprender que nunca se sabrá del todo la verdad de esta historia.

A este respecto, tengo la intuición de que la razón del hombre se parte necesariamente en dos frente a la problemática de la libertad. Algunos filósofos consideran que la decisión de quitarse la vida forma parte de la libertad; otros señalan que el límite de la libertad lo marca la propia vida.

En sus comentarios a la obra de Séneca "Sobre la felicidad", Julián Marías realiza una distinción entre el estoico, riguroso hombre antiguo, y el cristiano, hombre nuevo en sentido radical. Creo que esta distinción es interesante para situar el problema de los límites de la razón: el filósofo clásico tenderá a decantarse por no hallar límites a la razón y por tanto ensalzar la libertad del hombre en cualquier circunstancia; el hombre religioso pensará que el hombre no puede disponer de su propia vida, que aguantar hasta el final, como hizo Jesús en el Gólgota, con todo el dolor que puede llevar implícito, es un imperativo de la fe.

Recuerdo que en su oscarizada película "Mar adentro", Amenábar se pone de partido del hombre que, tras estar postrado años en la cama sin poder mover su cuerpo, decide poner fin a sus días de modo racional. En una de las escenas clave de la película, un cura trataba de convencer al hombre parapléjico de que no se quitara la vida. No es un tema sencillo, pero de manera deliberada el director ridiculizaba la posición de la iglesia como si defender la vida fuera algo retrógrado y lo moderno fuera promocionar la eutanasia. ¡Menuda paradoja si miramos de reojo a la historia del pensamiento tal como nos propone Julián Marías!

Las opciones son claras y es difícil ponerse de perfil ante esta cuestión. O uno defiende la cultura de la vida, y considera que la libertad tiene sus límites, o uno defiende la opción contraria, con el argumento de que el bien más supremo que tiene el hombre no es la vida sino la propia libertad. No es un debate entre la religión y la filosofía; también desde posiciones agnósticas se puede considerar que la razón no lo puede todo, que si no fuimos libres para nacer tampoco lo hemos de ser para dejar de vivir.

jueves, 4 de marzo de 2010

Una época absurda


Poco después de acabar una biografía acerca de Montaigne, Stefan Zweig se suicida junto a su esposa. Es difícil leer esa obra sin acordarse del destino del escritor. Es más, uno trata de encontrar entre sus páginas alguna pista que ayude a explicar la terrible decisión del autor de quitarse de en medio así sin más. Alguna referencia hay hacia el final del libro, cuando Zweig comenta que los dolores físicos que sentía Montaigne le habían hecho reflexionar acerca de la idea del suicidio.

Me niego a darle más vueltas al tema, cuando más lo pienso menos lo entiendo. Además, ¿qué pintaba su mujer en aquellos delirios existencialistas? De pronto recuerdo que conservo en una estantería un ensayo de Camus que aborda la cuestión del suicidio, "El mito de sísifo", y busco entre sus páginas algo de luz para entender tanta oscuridad. Sin mucha paciencia para analizar el contenido me quedo con la fecha de publicación del libro, 1942, esto es, en fecha cercana a la muerte de Zweig.

¿Qué pasa en Europa a partir de un cierto momento en el siglo XX, en el que la vida de los hombres y de las naciones gira alrededor a la idea del absurdo?

La biografía sobre Montaigne es magnífica pero por fuerza ha de sumir al lector en un estado de confusión y tristeza. Las generaciones posteriores han ignorado en gran medida a Stefan Zweig y uno puede comprender muy bien por qué. Si le atraía el tema del suicidio, ¡qué hubiera escrito un libro como Camus, pleno de citas y reflexiones interesantes! Pero bajarse del tren a medio camino, como si la libertad de un hombre no tuviera límites, me parece algo disparatado. En esto coincido con Camus, que rechaza la idea del suicidio ya que el pensamiento ha de toparse en cualquier caso con el límite de la propia vida. Mi reflexión a este respecto es más simple: sólo por haber abandonado esa época absurda en la que sucumbió Zweig el hombre de hoy debería dar gracias al cielo o a la providencia.

lunes, 1 de marzo de 2010

Volver a empezar


Anochece en la Cour, un día más.

En la Cour es siempre hoy, por eso el que vuelve tiene la sensación de no haberse marchado nunca.

¡Qué rápido se acostumbra uno a la realidad!