miércoles, 28 de septiembre de 2011

De repente, Vermeer


No había casi nadie en la sala, se ve que Dan Brown nunca pasó por allí. Me sorprendieron dos minúsculos cuadros junto a la puerta, uno en cada lado de la pared. Enseguida me di cuenta del autor: el pintor olvidado más famoso de todos los tiempos. Supongo que cada momento histórico tiene sus genios, maestros de humildad sin talento para el merchandising. Uno de ellos es Vermeer, autor de pequeñas joyas de luz y color. Me gusta mucho Vermeer, pero hay algo que se me escapa de su mirada. Antes de pintar, el pintor ha de mirar, y el que se acerca al lienzo acabado debe tratar sobre todo de comprender la mirada del pintor. A lo que iba: de repente, en esa sala medio vacía del Louvre, me topo con dos lienzos de tamaño reducido, a primera vista insignificantes: una chica haciendo labores de costura, un hombre ligeramente inclinado con un globo terráqueo al fondo. Acostumbrado a las copias del pintor en tamaño grande, lo que más sorprende de los cuadros al natural es el tamaño. La belleza es simetría y proporción, pero también sorpresa. Después de maravillarme ante los vestigios de la época de Asurbanipal y de contemplar las enormes dependencias de Napoleón III, no podía pensar que mi viaje a París quedara marcado por unos trozos de tela no más grandes que la pantalla de mi ordenador.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Leer sobre el agua


No conoceríamos los detalles de la primera vuelta al mundo que llevaron a cabo Magallanes y Elcano hace casi cinco siglos de no ser por que abordo de una de las naves de la expedición se encontraba Antonio de Pigafetta, el cronista de la hazaña. Por lo que parece el tal Pigafetta no era un gran escritor, pero al menos tuvo el mérito de sobrevivir hasta el final del viaje -en lo cual superó al propio organizador de la aventura- y dejarnos el valioso testimonio de sus crónicas. Sin ellas posiblemente Stefan Zweig nunca hubiera escrito una biografía sobre Magallanes y a mí no se me hubiera ocurrido leer sobre este suceso histórico tan lleno de luces y sombras. Por decirlo de otra forma: me parece más importante disfrutar leyendo que aprender mediante la lectura. De ahí mi afición por Stefan Zweig, un autor que transforma en entretenido cualquier tema que aborde.

Mi admiración por Stefan Zweig surgió no hace mucho; fue al leer la pequeña biografía de Montaigne que escribió poco antes de morir, en su exilio brasileño. Nunca hubiera podido pensar la influencia que el escritor austriaco habría de tener sobre mis hábitos de lectura. De hecho, la mayor parte de lo que he leido a partir de entonces ha sido a raíz de obras de Zweig, que han despertado mi curiosidad sobre determinados autores o periodos históricos.

Leer a Stefan Zweig es siempre gratificante, escribe pensando en el lector y en nadie más. No experimenta con el estilo, no se deja llevar por ningún deseo de grandiosidad. Escribe claro, preciso, maneja ideas muy elaboradas que son sustentadas con sólidos argumentos, datos y hechos. Parece que las frases nacen directamente de su pluma y que no necesita corregir apenas nada en sucesivas versiones. Con cada libro que pasa por mis manos va creciendo mi asombro, mi admiración y mi gratitud hacia ese escritor que acabó cansado de su propia existencia y del mundo que le rodeaba. Su final fue triste pero su legado una joya que podemos disfrutar cada día: al igual que el nombre de John Keats en el famoso epitafio, parece que las obras de Zweig se escriben sobre el agua, tal es el placer que produce su lectura.