jueves, 3 de marzo de 2011

Descubriendo el sur


Acompaño a Nietzsche en uno de sus últimos viajes, según el relato deslumbrante de Stefan Zweig. En tierras meridionales, en esa región geográfica pero también simbólica que el escritor austriaco denomina "el sur", se dice que disfrutó el filósofo de un clima propicio a la sensibilidad de sus nervios. Lo curioso del asunto es que lejos de dulcificar su carácter, el pensamiento de Nietzsche se fue inflamando con el contacto del sol, y en los últimos años de lucidez su escritura se convirtió en un poderoso martillo que destruía todo lo que de humano se hallaba a su paso. Demasiada soledad para tan bonitos paisajes, supongo yo. Se puede decir con palabras gruesas que con su filosofía contraria a todos los valores de la época, Nietzsche anticipaba en realidad la destrucción de Europa. Lo cierto es que pocas veces un hombre tan solitario, tan encerrado en sus propios pensamientos, ha sabido explicar tan certeramente el destino de una generación, de todo un pueblo (el suyo, básicamente). En la lucidez del escritor pero también en su obsesiva racionalidad reside la paradoja; y es que en el punto de ser devastado por la locura, a pocos pasos del abismo, Nietzsche (como también hizo Hölderlin a su manera) anunció la llegada del horror sin que nadie le hiciera caso, anticipó en definitiva el final de Europa como encarnación del progreso. Para vaticinar todo el mal que se cernía sobre el continente, Nietzsche tuvo que emigrar al sur, lejos de su Alemania natal, en una tierra donde pudo encontrar la fuerza y la tranquilidad necesarias para acometer su gigantesca misión de poeta visionario. Su último refugio, antes de perder la razón, fue la música. En aquel momento último no le quedaron amigos, ni religión, ni patria, ni otros asideros a los que aferrarse. Sólo con la música pudo escapar, de forma intensa aunque fugaz, del terrible destino que él mismo había imaginado.