miércoles, 2 de septiembre de 2009

Aquellos veranos en el pueblo...



Recuerdo aquellos veranos como si fueran eternos. Los pasábamos en familia en un pueblo de Segovia, cuyos días eran tan calurosos como frías las noches. A veces una tropa de mosquitos se adentraba en la casa de madrugada y todos amanecíamos con picaduras por todo el cuerpo. Luego los días parecían no tener fin, entre juegos, lecturas, excursiones en bicicleta y tardes enteras delante de la televisión. Los domingos íbamos a misa, escoltados por todas las viudas del pueblo, y a mí me daba la risa cuando el cura se ponía a cantar poniendo voz de falsete.

El fútbol ya ocupaba gran parte de mis preocupaciones; cuando el Madrid jugaba un torneo de verano, tipo el Ramón de Carranza, me daba una alegría inmensa ver los partidos por débil que fuera el rival (aunque normalmente me quedaba dormido en las segundas partes). Aparte del fútbol, pocas cosas me quitaban el sueño: no recuerdo, por ejemplo, haber hecho nunca deberes para el colegio, siempre me pareció que los libros de vacaciones "Santillana" estaban destinados para repetidores y nunca me di por aludido.

Tras un mes y pico de plácida rutina, llegaba por fin el día en el que había que recoger todos los cajones y mirar bien por debajo de la cama, por si se olvidaba algo. Volviamos a Madrid con el coche hasta los topes, norma de la casa; desde la ventanilla aun teníamos tiempo de ver los columpios metálicos que se extendían a lo largo del parque situado junto a la carretera. En un instante se desvanecía la realidad de todo un verano y al día siguiente tocaba madrugar, me da pereza sólo de recordarlo.