jueves, 25 de febrero de 2010

Pintura de invierno


Me anticipo al próximo post, que ya tengo en mente desde hace tiempo, y me dejo llevar por la improvisación. Mi época estoica llega a su fin, a Dios gracias soy demasiado superficial para tantas ansias de virtud. Me quedo con lo básico de los pensamientos de Séneca y Marco Aurelio, pero me reafirmo en mis preferencias por otros catálogos de ideas más conformes con mi naturaleza castellano-festiva.

Ahora bien, me sigue atrayendo -en el plano teórico al menos- el modelo de vida de monasterio, ese vivir en silencio en torno a un jardín y una biblioteca. Luego la realidad es otra, y en cuanto me canso de mí mismo necesito el consuelo que me otorga, por ejemplo, escuchar la música de Rihanna o Lady Gaga, esas musas del carpe diem. Si es en un bar de madrugada o en el bosque de al lado de casa por la mañana, da un poco igual, lo que importa es escapar por unos momentos, a través de canciones pop alegres y desenfadadas, de ese conjunto de personajes contradictorios que forman la cosa inclasificable que hemos acordado denominar el yo.

Con esta pintura de invierno me acerco ligero a la siguiente etapa del camino. En mi mente anidan las mismas obsesiones de siempre: escapar del ruido, afanarme en la repetición, no quedarme atrapado en la actualidad, colorear los pensamientos que se cuelan por mi cabeza, rendir tributo a la amistad, no perder el tiempo con cotilleos y small-talk, amanecer con un zumo de naranja recién exprimido. Y en breve leer a Montaigne, el pensador todoterreno del siglo XVI, a ver con que nos deleita desde el rincón privilegiado de su castillo medieval.

viernes, 19 de febrero de 2010

Una guía sobre la felicidad


Me paso la tarde en internet viendo programas de contenido filosófico la mar de entretenidos. ¡La cabra tira al monte, parece!

Por un lado, me recreo en la serie de Gabriel Albiac titulada "Reeducación para la ciudadanía", que en 13 entregas pone a caer de un burro la asignatura de título semejante que los niños de toda España tienen que soportar desde hace unos pocos años. La crítica a esta asignatura y en general al sistema educativo posterior a la LOGSE es demoledor, dan ganas de salir corriendo de nuestro país con el panorama que pinta el filósofo. ¡Pobres alumnos adoctrinados por la estupidez y el buenismo! Las citas entre otros a Platón, Epicuro, Spinoza, Kant y Saint-Just me alegran el día. ¡Qué lástima tener que soportar el resto del tiempo las naderías que surgen de nuestro parlamento, esa oficina al servicio de la partitocracia!

Por otro lado, me entretengo con unos programas presentados por el escritor y filósofo suizo Alain de Botton acerca de la felicidad. Son seis entregas a cual más apasionante en las que se trata de convencer al espectador de que las ideas de los filósofos clásicos pueden ayudarnos a tener una vida mejor. Me lo paso pipa escuchando los lúcidos comentarios del presentador desde las calles de Atenas en las que vagabundeaba Socrates, desde las ruinas de Oinoanda que conservan los pensamientos de Epicuro, desde el palacio de Nerón donde Seneca instruía al emperador con su magisterio, desde un museo de Franckfort que guarda como un tesoro las cartas de Schopenhauer a algunas de sus desdichadas conquistas... En fin, un programa instructivo a la par que interesante para el que le gusten estas cosas.

Y ya, sin más, preparo mi cuerpo y mi mente para otra salida de viernes por la noche. El hombre es un animal de costumbres y nada de malo hay en embrutecerse un poco tras unas buenas dosis de cultura y saber por entregas.



jueves, 18 de febrero de 2010

Un día de playa


Necesito un día de playa. Se me agotan las pilas con este frío que no cesa. Este invierno terrible, interminable, no se soporta ni con el ocio más reposado y ni siquiera con una dosis diaria de actimel con zumo de naranja. Vamos a ver si este blog sirve para algo al fin y al cabo. Iré preparando las acuarelas por si acaso.

sábado, 13 de febrero de 2010

Sobre el ruido y la interrupción


La más ingeniosa y razonable de todas las naciones ha denominado la regla "never interrupt" el décimoprimer mandamiento. El ruido es la más impertinente de todas las interrupciones, pues incluso interrumpe nuestros propios pensamientos, más aún, los rompe.

No lo digo yo, claro. Lo dice nuestro amigo Arthur S. en uno de los últimos capítulos de su obra de madurez "Parerga y Paralipómena".

Encontramos a este respecto una pintoresca consideración del filósofo, al señalar que "el infernal chasquido de los látigos en las resonantes callejuelas de la ciudad" constituía el ruido más irresponsable e infame de su tiempo. Semejante chasquido -según el autor- ha de importunar a cientos en su actividad mental, por muy baja que sea su especie; pero en el pensador secciona sus meditaciones de una manera tan dolorosa y dañina como la espada la cabeza del tronco.

En nuestra sociedad, a pesar de que los caballos abandonaron las calzadas de las calles, el ruido y la interrupción siguen formando parte de lo cotidiano. Si uno trabaja en una oficina, se habrá dado cuenta de la imposibilidad de encontrar un poco de tranquilidad a ciertas horas del día ante el asedio de correos electrónicos, llamadas telefónicas o visitas imprevistas. En este sentido, internet es el paradigma de la interrupción sistemática y cachivaches como el i-phone el mejor intrumento para pasar de una cosa a otra sin solución de continuidad, para hacer todo y nada a la vez. La red social Facebook, con sus cosas buenas, es otro lugar propicio para interrumpir o ser interrumpido, debido a ese enjambre de comentarios personales, noticias virtuales e invitaciones a acontecimientos varios que conviven de manera pacífica en la pantalla del ordenador y que impiden, sin embargo, que uno pueda escribir un mensaje concentrado en la tarea.

En fin, no hay genuina creación cuando existe la posibilidad de ser interrumpido, la aparición de un ruido imprevisto, sea el látigo de un carruaje o un mensaje de móvil, arruina cualquier posibilidad de encontrar una verdad que anda oculta tras una cadena de pensamientos, sea ésta de la complejidad que sea.

domingo, 7 de febrero de 2010

Paréntesis dominical


De vez en cuando, un paréntesis. Es decir, un post desenfadado para bajar a la tierra y no continuar por sendas demasiado profundas. Este blog hay que leerlo con cierta distancia, sin sentido del humor es imposible comprender todas las contradicciones que encierra. La incoherencia está en su naturaleza, si tuviera algún fin concreto entonces debería perseguir algún patrón, revestirse de alguna forma determinada o abundar en ciertos contenidos. ¡Pero que aburrido sería hablar siempre de fútbol, o de mi mismo, o del propio blog! Ya sería gracioso, por cierto, que un blog tuviera como objeto exclusivo el propio blog, sería un blog metafísico, un meta-blog... Algún día me pondré con ello, o mejor no, por suerte sabemos desde Kant que la metafísica es un saber inútil, que no lleva a ninguna parte, aunque todavía haya cátedras que se dedican a su estudio.

Lo dicho, paréntesis de un domingo de febrero, un octógono dorado y virtual se asoma a esta ventana de luces con el propósito de enlazar lo que fue con lo que será, cuando la ciudad de piedra vuelva a ponerse en marcha.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Contrastes


Vivimos, por definición, en un mundo de contrastes. Saber vivir es saber adaptarse a los cambios, aceptar con la misma entereza los sucesos buenos como los acontecimientos negativos. Uno se asoma a la ventana de la actualidad, a ese conjunto de hechos que los medios de comunicación transforman en noticias, y no hay lugar posible para la felicidad. ¿Cómo no sufrir de algún modo ante ese dolor ajeno que forma parte de lo cotidiano? ¿Cómo mantener la sonrisa sabiendo que ahí fuera, en muchos lugares del planeta, la vida de millones de personas es sencillamente miserable?

No es posible la felicidad sin el engaño, pero este engaño es necesario. A veces me pregunto si, en realidad, la dignidad del hombre no será una ficción que hemos construido para soportar el dolor ajeno sin renunciar a la causa de la propia alegría. Me parece que, en cierto sentido, dotando de dignidad a cada ser humano por el mero hecho de existir, la civilización occidental asume colectivamente que el sufrimiento de los individuos es injusto y debe ser atenuado en la medida de lo posible. En esto nos separamos de las reglas de la naturaleza y del mundo idílico del planeta de "Avatar", en el que la especie prima por encima de todo.