domingo, 29 de noviembre de 2009

Anochece en la Cour


Mañana, día de papeles.

Otro lunes más, para algunos será el primero, para otros el último, para la mayoría simplemente un lunes de entre tantos. La institución permanece, impávida ante la lluvia y el frío, a la vanguardia de este proyecto común que hemos convenido en llamar Unión Europea.

Curioso destino deber partir el día antes de que todo empiece a cambiar, lo primero, el nombre del lugar.

No hay tristeza ni alegría: sólo papeles que rellenar, papeles que conservar, papeles que reciclar. Luego habrá que modificar, si acaso, la hora del despertador; lo demás se hará con tranquilidad, tras un actimel y un zumo de naranja.

Ahora está anocheciendo. Un ejército de cables, terminales de ordenador, impresoras y fotocopiadoras aguardan entre muros silenciosos a que, con la primera luz de la mañana, todo vuelva a ponerse en marcha.

Extraño lunes con aire de viernes, víspera de un falso fin de semana en Bruselas. Aunque todo es casualidad, a veces no lo parece. Veremos como acaba la cosa.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Violetas kantianas


Atrapado por las obligaciones en esta semana de lluvias, para deleite de mi parte kantiana. Me pregunto si escribir este blog es un deber moral, o al menos un debercillo. No lo sé, dice mi parte socrática, y así andamos. Según Kierkegaard, no habría duda: cada día hay que escribir por lo menos una línea, aunque sea para hundirse en reflexiones que no llevan a ninguna parte. Tras las nubes de noviembre llegará el color, la tranquilidad, una sonrisa de agua, naranjas y violetas en el desayuno de media mañana. Luego, un paseo por el bosque entre hojas secas y músicas del mundo. Todo llegará.

martes, 17 de noviembre de 2009

Fantasías vascas


A veces, como Elizabide el Vagabundo, uno sueña con volver al hogar, tras recorrer medio mundo a la buena de Dios, y dedicar el tiempo a cuidar el jardín y mirar las estrellas.

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Andrés Hurtado sube a la azotea de Iturrioz y éste le habla, mientras riega las plantas, de Kant, de Schopenhauer, de Nietzsche. Hurtado se pregunta burlonamente si esa azotea no será en realidad el jardín de Epicuro.

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Se divisan a lo lejos las luces de Rascafría. Ya está anocheciendo. En la búsqueda de su "camino de perfección", Fernando Ossorio tendrá la oportunidad de llegar hasta Toledo y quedarse ensimismado con el misticismo de El Greco. Pero antes pasará la noche al raso en compañía de un alemán meditabundo con el que charlará de la doctrina de Lutero y de otros temas igual de ligeros.

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Son apuntes de pasajes de relatos de Baroja que me gusta asociar sin ton ni son. Con el paso del tiempo, nada hay mejor para comprender la propia realidad que dejarse llevar por los recuerdos literarios y aceptar que, en el fondo, tan reales fueron las personas con las que hicimos amistad en un determinado periodo como los personajes de novelas que nos han acompañado tras el final de la historia en la que los encontramos.

Es como si, con el paso del tiempo, lo vivido a través de la literatura adquiriera una apariencia de realidad difícil de ignorar. Esa apariencia de realidad es la que permite, por ejemplo, que pensadores y filósofos de todas las épocas puedan dialogar entre sí a lo largo de los siglos, compartiendo el mismo afán de dar respuesta a una curiosidad común.

martes, 10 de noviembre de 2009

El arcoiris


Laberintos de colores, un ángel de piedra y ahora, el arcoiris. El inconsciente sigue a lo suyo y como persona obediente que soy, trato de darle cabida en este ventanal de frases y formas, este lugar en medio de ninguna parte al que me asomo de vez en cuando con la ilusión de pasar un rato agradable.

Me desvelo en mitad de la noche con un peculiar pensamiento: nada es más artificial que la realidad. Me refiero, en concreto, a esa realidad que nos meten por la televisión cada día, semana a semana, y que nos impide desarrollar plenamente nuestra subjetividad. ¿Acaso puede salir uno de esa tela de araña conformada por la agenda de los políticos, los índices bursátiles, las catástrofes naturales, las novedades en la cartelera, el estado de salud de los famosos? Por suerte, digo yo, siempre nos queda el deporte, esa válvula de escape de la sociedad en el que todos los que queremos nos sentimos parte de forma apasionada. Sin los campeonatos de fútbol, por ejemplo, ¿como sobrevivir al tedio de los domingos, como canalizar la identidad propia aceptando y reconociendo de buena gana las otras?

Cada cual tendrá su propia pasión, claro: leer betsellers en cubierta de tapa dura y con letras enormes, escalar inhóspitas montañas por vías nunca antes inexploradas, descubrir los mejores restaurantes del mundo viajando en caravana. Las personas sin verdaderas pasiones son nocivas socialmente, ya que tienden a rechazar las aficiones de los demás, quitándoles la importancia que éstas tienen o ridiculizándolas sin más. Por eso es terrible que el devenir de nuestras sociedades esté en manos de los políticos profesionales ya que, por lo general, esta gente hace de la cosa pública su prioridad y no es capaz de desarrollar plenamente una afición.

Volvamos al arcoiris. En un día lluvioso, aparecen en el cielo, de repente, unos inmensos rayos de luz que dibujan ante nuestros ojos una precioso círculo de colores. Es un fenómeno atmosférico de lo más común, evidentemente, pero mirado de otra forma es también un signo, una señal, una sugerencia. Mientras los políticos a los que me refería nos aburren con su absurda retórica, la naturaleza nos habla con su lenguaje sencillo y directo. Ahora es un buen momento, ¿y por qué no?, para aprovechar el tiempo y retomar una afición que teníamos olvidada o iniciar una que nunca nos atrevimos a empezar.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Cuadernos de viaje: la fontana y el ángel


Desde uno de los puentes del Tíber, un ángel de piedra parece velar por el bienestar de los habitantes de la ciudad eterna. Y uno diría, poniendo literatura al relato, que también de los turistas que previamente han pagado el pequeño impuesto pergeñado expresamente para ellos: una moneda que se arroja de espaldas a las aguas turquesas de la fontana de Trevi. Dejando a un lado al ángel me pregunto, recordando cada una de las veces que he visitado esa fuente: ¿Habrá algún lugar en el mundo en el que sea tan fácil reconocer el cándido espíritu de la condición humana? La cuestión en sí misma podría parecer exagerada. Sin embargo, es cierto que todos somos, en última instancia, el reflejo de nuestras propias ilusiones, y en ese mágico enclave es difícil escaparse a la tentación de soñar que, lanzando una moneda al aire, ese deseo oculto que guardamos dentro puede hacerse realidad.

Muy sobrio ha de ser aquél que, contemplando por primera vez la fuente desde la escalinata de piedra, no sienta algo especial en su interior. Aunque es verdad que, si con anterioridad a ese momento, el visitante introdujo su mano en la "bocca de la veritá", se imaginó la lucha de los gladiadores en el Coliseo, se adentró en las profundidades de las catacumbas, emuló a los emperadores paseando por los foros y por el palatino, se emocionó al descubrir el Panteón de Agripa, se quedó sin habla ante los frescos de la capilla sixtina, se le puso un nudo en la garganta al acercarse a la piedad de Miguel Ángel, y en fin, se le nubló la vista al divisar el horizonte desde lo alto de la cúpula de San Pedro, es muy posible que la fontana de Trevi le parezca un bonito lugar en el que estirar las piernas y tomarse un trozo de pizza.

Y ya, volviendo al ángel, una pequeña reflexión: la próxima vez que vaya a Roma, además de lanzar a la fontana de Trevi la moneda de rigor, deseando que algún sueño perezoso se convierta en realidad, me dirigiré a las cercanías del Castillo de Sant Angelo para contemplar otra vez esa figura de piedra que parece custodiar el bienestar de los habitantes de la ciudad. Su mirada solemne, desafiante al tiempo, es, sin más, una invitación a hacer lo que pocos hacen por allí: pasear tranquilamente por las calles y recovecos de la ciudad ajeno al ruido de los coches y al trasiego de la multitud.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Laberintos (versión cibernética)


Desde luego, el ordenador tiene mucho más arte que yo...

Ya sería gracioso que, con un click de ratón, la computadora mejorara también mi prosa. Tiempo al tiempo.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Laberintos


Intuyo, sin tener muchos argumentos para ello, que en virtud de un extraño principio, cuando salimos, tras mucho fatigar, de un laberinto en el que nos hemos metido casi por casualidad, tendemos por lo general a meternos en otro todavía mayor, pero esta vez de modo consciente. Es decir, cuanto más nos cuesta salir de un determinada situación problemática, más proclives somos a embarcarnos en otra empresa aún más complicada. Pero qué raros somos!