miércoles, 26 de agosto de 2009

Sherlock Holmes y la amistad


Si de algo sirven las vacaciones, además de para desconectar de la actualidad por unos días y dormir la siesta sin complejos, es para retomar el hábito de leer, ese gran placer que cuesta tanto esfuerzo cultivar el resto del año.

Siguiendo una extraña costumbre, comencé la temporada estival con el primer libro de Baroja que encontré por ahí, en este caso una novela titulada "Las noches del buen Retiro". En dicha novela se narran con la gracia y malicia típicas del autor las aventuras y desventuras de un grupo de aristócratas del Madrid de finales de siglo XIX, época en la que según se relata, para solventar una disputa de honor se recurría al duelo con espada o florete, con padrinos de testigos. Hay que reconocer que el duelo, con todo lo ridículo que nos pueda parecer hoy en día, era un medio de solucionar conflictos bastante rápido, que casaba bien con el románticismo imperante de la época.

A pesar del tono sarcástico de buena parte de la novela, que Baroja publica como si la hubiera escrito un tal Fantasio, la lectura de la misma y la de "Silvestre Paradox", del mismo autor, me dejó con una sensación agridulce en el cuerpo, ya que para el escritor español no existen los finales felices y a veces ni siquiera finales en sentido estricto, sólo una última página tras la que se ubica la contracubierta del libro y un montón de interrogantes.

Tras este repaso a la particular visión barojiana del ser humano -y de su versión más alambicada, el ser español- necesitaba en verdad una buena dosis de optimismo vital, así que no dudé en lanzarme a la reelectura de algunos cuentos de Sherlock Holmes. Frente a la moral confusa y falta de energía de buena parte de los personajes de don Pío, el más famoso de los detectives literarios se erige en un coloso en defensa de la razón, la justicia y, lo que es más importante todavía, la amistad.

En efecto, al margen de los prodigiosas deducciones que realiza Holmes para desenmascarar al asesino o ladrón de turno, lo que más me conmueve de las historias de Conan Doyle es la relación de amistad que une al detective y a su biógrafo y coinquilino de Baker Street, el Doctor Watson. Una amistad que, como ocurre muchas veces, nace del puro azar, se fortalece por la costumbre a pesar de la diversidad de caracteres y desemboca, con los años, en una admiración sincera inmune a todos los avatares de la vida.