martes, 19 de julio de 2011

Deseo de aventura


Pocas películas resumen mejor el innato deseo de aventura que llevamos dentro que "Los Goonies", un clásico de los años 80 que narra las peripecias de un grupo de adolescentes en un pueblo costero de los Estados Unidos. Aprendemos de la película que aventurarse en algo significa - aunque no lo queramos - meterse en un lío tras otro hasta llegar al deseado final, en este caso un magnífico tesoro de piratas de cuya existencia daba fe un polvoriento y olvidado mapa. El camino está lleno de dificultades, peligros, desafíos a la resistencia física y mental de los protagonistas. La película nos enseña - así yo al menos lo recuerdo - que tal vez la mejor receta para alcanzar el éxito sea no pensar demasiado: dejarse llevar por la intuición y desarrollar el instinto de supervivencia para poder dar un paso adelante o al costado en función de las circunstancias. El coraje de los individuos y la inquebrantable unión del grupo es lo que otorga a "los goonies" la llave del éxito. A ello hay que unir una pizca de suerte y un punto justo de locura. En efecto: sin un "razonable" punto de locura ningún proyecto verdaderamente apasionante se podría llevar a buen puerto. No me equivoco si afirmo que casi todos olvidamos, en un determinado momento de nuestra vida, esta sencilla y útil lección.

sábado, 16 de julio de 2011

El lenguaje de los peces


El que sabe no habla, el que habla no sabe. La idea de Dios nace con la palabra, ante el asombro del primate que empieza a comprender, tras observar los ciclos de la naturaleza, el sentido de la repetición. Con la palabra surge la verdad, y con ella, su compañera más fiel, la mentira. Verdad y mentira cohabitan armoniosamente como el poder y la bondad, en un mundo de orden donde el caos nos ayuda a conocer el rostro de la divinidad. En realidad no hay orden posible en un mundo en constante mutación, en el que el ruido se cuela por cualquier rincón y es preludio del dolor, el auténtico emisario del gran Todo. La idea de Dios como algo necesario e imposible de entender nace con la palabra y muere con el silencio, con un silencio que es más prueba de resignación que de entendimiento. Conforme el silencio va gananado terreno a lo demás, desaparece la geometría, la necesidad del orden. En fin, dejo a un lado los rotuladores y su lógica orientada al número tres, con todo lo que ello conlleva. Con la llegada de la acuarela, me voy acercando suavemente al lenguaje de los peces, con la alegría de un niño que descubre por primera vez el oleaje del mar y roza con sus manos el océano.

miércoles, 13 de julio de 2011

El camino de Paul Klee


Hasta hace bien poco sentía bastante indiferencia por la obra de Paul Klee; de vez en cuando me topaba, por azar, con alguno de sus cuadros y me decía: ¡vaya, qué bonito!, y seguía hacia adelante sin hacerme más preguntas. Sin embargo, he de reconocer que hay algo en Paul Klee, en los cuadros que he visto aquí y allá, generalmente en libros de arte y no en museos, que me atrae cada vez más. Sus cuadros rebosan sencillez y complejidad al mismo tiempo, comparte en alguna medida la genialidad de Mozart. Detrás de sus cuadros no parece haber ni técnica ni esfuerzo, pero la imagen queda ahí, clavada en las pupilas primero y en la memoria, más tarde, del observador, como un desafío a su inteligencia o su sensibilidad, que viene a ser lo mismo. Si pensamos en Miró, por ejemplo, el pintor poeta por excelencia, descubrimos con relativa rapidez la técnica que le permite crear un estilo único. Miró juega a ser niño y lo consigue con naturalidad y maestría a partir de cuatro trazos, formas y colores. Al ver un cuadro de Miró, uno lo reconoce por su semejanza con los anteriores, aunque el tema sea diferente. En el caso de Klee, los cuadros difieren mucho unos de otros pero todos guardan algo en común, algo misterioso y difícil de explicar. En fin, veo sus cuadros y me apetece pintar con acuarelas.