domingo, 15 de enero de 2012

En la torre de Babel




Erasmo fue el primer europeo consciente de serlo, según señala Stefan Zweig. La biografía del escritor austriaco es una invitación a reflexionar sobre los fanatismos que han alterado a lo largo de la historia la tranquilidad del continente. Lutero queda retratado como una furia de la naturaleza, un animal salvaje imposible de domesticar; Erasmo aparece como un ser miedoso, incapaz de tomar partido por ninguna causa en particular, se le describe como un erudito que se refugia en los libros para no afrontar los desafíos de su tiempo. Aunque ninguno de los dos sale muy bien parado en el libro que me he leido estas Navidades, las simpatías de Zweig se concentran en Erasmo, supongo que se sentía identificado con una persona tan poco arraigada y desprovista de culquier pensamiento dogmático.

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Dice Baroja de Zweig que sus biografías, como las de Maurois, son "pedantescas" y "poco amenas". Era de esperar que Baroja se mostrara tan arbitario con un escritor cuyo estilo difiere tanto del suyo. En el fondo ambos autores tienen mucho en común, para empezar porque sus libros son de lejos mucho más interesantes que sus vidas.

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Ajena a la ficción que tanto nos ayuda a comprender la realidad, la vida transcurre sin muchas preocupaciones por esta máquina burocrática instalada en el corazón de Europa, esta especie de torre de Babel en la que se corre el riesgo de olvidar la sensación de pisar la tierra firme. No desespero: aguardo en el horizonte, con la curiosidad de siempre, el tiempo de los peces, la nueva era que vendrá a sustituir a geometría y color. Será un tiempo cálido y misterioso como esos cuadros religiosos del renacimiento en los que se mezclan verdes paisajes y construcciones góticas. No se muy bien por qué, pero siento todavía la necesidad de continuar por esta extraña senda, tan libre y alegre como me permite el pepito grillo de la conciencia así como la inevitable ley de la causalidad.