sábado, 10 de abril de 2010

Figuras fugitivas


El prólogo de los famosos ensayos de Montaigne comienza así: lector, éste es un libro de buena fe. Te advierte desde el inicio que el único fin que me he propuesto con él es doméstico y privado. No he tenido consideración alguna ni por tu servicio ni por mi gloria. Mis fuerzas no alcanzan para semejante propósito.

Como decía Quevedo, con el señor de la Montaña uno lee aun sin quererlo a Séneca y a Plutarco, lo cual viene bien para huir durante unos momentos de la cruda realidad de la que somos espectadores sin remedio. Resulta imposible no entristecerse ante el catálogo de horrores que muestra la actualidad, y acaso leyendo a estos hombres de todas las épocas uno pueda encontrar algo de alivio para todo el dolor que se cuela por las rendijas del presente.

Otra terapia contra las aflicciones que nacen de leer los periódicos es ir al cine, armado de palomitas, y dejarse encantar por el mundo rectangular que se proyecta ante nuestros ojos. Aunque eso no conlleve necesariamente desear vivir en un tiempo diferente al actual; entre la estética y violenta visión del pasado de "Ágora" (¿podría suscribir Amenábar las palabras de Montaigne acerca de la buena fe y los fines privados de sus obras?) y la infantil y ridícula visión del futuro representada en "Avatar" (Bailando con lobos más allá del sistema solar), casi me quedo con la mirada cínica y certera del presente que se transluce en "The ghost writer" ("El escritor"), una genial película de Polanski en la que, por una vez, se trata al espectador como si tuviera uso de razón.

Polanski, como Montaigne, pasará a la posteridad por su condición de fugitivo, ya que si aquél huyó de la justicia, de forma ilegal, éste lo hizo de la peste, de manera un tanto indecorosa. En realidad todos huimos de algo, de alguien o de nosotros mismos a la vez: tal vez lo único decente es asumirlo y no engañarse por ello. Dicho lo cual, ¿tendrá mucho que ver la geometría con todo esto?

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