miércoles, 28 de abril de 2010

La vanidad del ojo


Desde que algunos filósofos griegos comenzaron a negar la realidad de los sentidos, el pensamiento humano ha mirado con escepticismo la gran creación del universo, comenzando por la realidad del propio sujeto. Ese haz de máscaras que es el yo no sabe quién es, de dónde viene, para qué ha sido arrojado a este mundo. Si se dejara engatusar por los sentidos, podría tener una plácida vida, ya que los sentidos están al servicio de la felicidad del hombre. Sin embargo, tras la creación del lenguaje, el hombre se pregunta: ¿y qué hay más allá de lo que veo, escucho, toco, degusto y huelo?

Plantearse esa pregunta es el inicio del descubrimiento de la voluntad, que es aquella suerte de inteligencia ligada a nuestro cerebro que intuimos se encuentra en algún lugar detrás de los ojos, la cara, o las manos, en función del momento. La voluntad es ciega, muda y sorda pero nos guía durante toda nuestra vida por extraños caminos. Tal vez por ello el oráculo de Delfos decía "conócete a tí mismo" y no "conoce el mundo que te rodea". El mundo no deja de ser, para el individuo, lo que en un momento dado cree mirar el ojo o cree percibir la mano por persuasión o mandato de la voluntad. Detrás de ese ojo y esa mano se halla un deseo irracional que vinculamos a unos códigos morales denominados conciencia y que unidos a esa cosa caprichosa llamada memoria hace de la vida de los hombres un auténtico carrusel de emociones y dudas. Todo es en fin un disparate.

No hay comentarios:

Publicar un comentario