sábado, 6 de marzo de 2010

Sobre la libertad y la razón


Sigo tirando del hilo, a medio camino entre la curiosidad y el morbo. Descubro que hace unos años se hizo una película sobre los últimos días de Stefan Zweig en su exilio de Brasil y me decido a contemplar el trailer, así como una entrevista con el director de la película. Pocos minutos me bastan para comprender que nunca se sabrá del todo la verdad de esta historia.

A este respecto, tengo la intuición de que la razón del hombre se parte necesariamente en dos frente a la problemática de la libertad. Algunos filósofos consideran que la decisión de quitarse la vida forma parte de la libertad; otros señalan que el límite de la libertad lo marca la propia vida.

En sus comentarios a la obra de Séneca "Sobre la felicidad", Julián Marías realiza una distinción entre el estoico, riguroso hombre antiguo, y el cristiano, hombre nuevo en sentido radical. Creo que esta distinción es interesante para situar el problema de los límites de la razón: el filósofo clásico tenderá a decantarse por no hallar límites a la razón y por tanto ensalzar la libertad del hombre en cualquier circunstancia; el hombre religioso pensará que el hombre no puede disponer de su propia vida, que aguantar hasta el final, como hizo Jesús en el Gólgota, con todo el dolor que puede llevar implícito, es un imperativo de la fe.

Recuerdo que en su oscarizada película "Mar adentro", Amenábar se pone de partido del hombre que, tras estar postrado años en la cama sin poder mover su cuerpo, decide poner fin a sus días de modo racional. En una de las escenas clave de la película, un cura trataba de convencer al hombre parapléjico de que no se quitara la vida. No es un tema sencillo, pero de manera deliberada el director ridiculizaba la posición de la iglesia como si defender la vida fuera algo retrógrado y lo moderno fuera promocionar la eutanasia. ¡Menuda paradoja si miramos de reojo a la historia del pensamiento tal como nos propone Julián Marías!

Las opciones son claras y es difícil ponerse de perfil ante esta cuestión. O uno defiende la cultura de la vida, y considera que la libertad tiene sus límites, o uno defiende la opción contraria, con el argumento de que el bien más supremo que tiene el hombre no es la vida sino la propia libertad. No es un debate entre la religión y la filosofía; también desde posiciones agnósticas se puede considerar que la razón no lo puede todo, que si no fuimos libres para nacer tampoco lo hemos de ser para dejar de vivir.

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