miércoles, 3 de febrero de 2010

Contrastes


Vivimos, por definición, en un mundo de contrastes. Saber vivir es saber adaptarse a los cambios, aceptar con la misma entereza los sucesos buenos como los acontecimientos negativos. Uno se asoma a la ventana de la actualidad, a ese conjunto de hechos que los medios de comunicación transforman en noticias, y no hay lugar posible para la felicidad. ¿Cómo no sufrir de algún modo ante ese dolor ajeno que forma parte de lo cotidiano? ¿Cómo mantener la sonrisa sabiendo que ahí fuera, en muchos lugares del planeta, la vida de millones de personas es sencillamente miserable?

No es posible la felicidad sin el engaño, pero este engaño es necesario. A veces me pregunto si, en realidad, la dignidad del hombre no será una ficción que hemos construido para soportar el dolor ajeno sin renunciar a la causa de la propia alegría. Me parece que, en cierto sentido, dotando de dignidad a cada ser humano por el mero hecho de existir, la civilización occidental asume colectivamente que el sufrimiento de los individuos es injusto y debe ser atenuado en la medida de lo posible. En esto nos separamos de las reglas de la naturaleza y del mundo idílico del planeta de "Avatar", en el que la especie prima por encima de todo.

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