sábado, 13 de febrero de 2010

Sobre el ruido y la interrupción


La más ingeniosa y razonable de todas las naciones ha denominado la regla "never interrupt" el décimoprimer mandamiento. El ruido es la más impertinente de todas las interrupciones, pues incluso interrumpe nuestros propios pensamientos, más aún, los rompe.

No lo digo yo, claro. Lo dice nuestro amigo Arthur S. en uno de los últimos capítulos de su obra de madurez "Parerga y Paralipómena".

Encontramos a este respecto una pintoresca consideración del filósofo, al señalar que "el infernal chasquido de los látigos en las resonantes callejuelas de la ciudad" constituía el ruido más irresponsable e infame de su tiempo. Semejante chasquido -según el autor- ha de importunar a cientos en su actividad mental, por muy baja que sea su especie; pero en el pensador secciona sus meditaciones de una manera tan dolorosa y dañina como la espada la cabeza del tronco.

En nuestra sociedad, a pesar de que los caballos abandonaron las calzadas de las calles, el ruido y la interrupción siguen formando parte de lo cotidiano. Si uno trabaja en una oficina, se habrá dado cuenta de la imposibilidad de encontrar un poco de tranquilidad a ciertas horas del día ante el asedio de correos electrónicos, llamadas telefónicas o visitas imprevistas. En este sentido, internet es el paradigma de la interrupción sistemática y cachivaches como el i-phone el mejor intrumento para pasar de una cosa a otra sin solución de continuidad, para hacer todo y nada a la vez. La red social Facebook, con sus cosas buenas, es otro lugar propicio para interrumpir o ser interrumpido, debido a ese enjambre de comentarios personales, noticias virtuales e invitaciones a acontecimientos varios que conviven de manera pacífica en la pantalla del ordenador y que impiden, sin embargo, que uno pueda escribir un mensaje concentrado en la tarea.

En fin, no hay genuina creación cuando existe la posibilidad de ser interrumpido, la aparición de un ruido imprevisto, sea el látigo de un carruaje o un mensaje de móvil, arruina cualquier posibilidad de encontrar una verdad que anda oculta tras una cadena de pensamientos, sea ésta de la complejidad que sea.

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