domingo, 21 de noviembre de 2010

Todas las batallas


Una verdad inexplicable: el mundo existe (y nosotros en él). Todo forma parte del mundo, desde el átomo teorizado por Demócrito a los quásars descubiertos por el astrónomo Maarten Schmidt en el Mount Palomar. Entre medias, orgulloso y frágil, el hombre, esa cosa animada con pulgares, nariz y un cerebro desproporcionado respecto al resto del cuerpo. El ser humano es inviable, eso parece, la cabeza es demasiado grande y en unos milenios nacer será una odisea. Aunque lo mismo nos extingamos antes como los mayas, y ello en virtud de cualquier acontecimiento ajeno a nuestra codicia, ya sea aplastados por un meteorito, infectados por un virus o bien inundados por el deshielo de los casquetes polares. Todo tiene su tiempo, lo aprendimos de pequeños observando a los gusanos de seda transformarse en mariposas en apenas unas semanas. Ser y tiempo, que decía el filósofo más controvertido del siglo XX, el siglo del mal. Al final del día, y dado que la dignidad es la cualidad del hombre de comportarse de acuerdo con su propia circunstancia, es necesario saber quienes somos (es decir, a donde hemos llegado) en cada instante. Hay un tiempo para cada cosa y una ocasión para cada posibilidad de cambio. En el otoño se libran todas las batallas, el bosque cambia de color y es momento propicio para mudar la piel, para preparar el terreno a la verdadera acción.

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