domingo, 13 de diciembre de 2009

Voluntad y emociones


Si la noche es de la multitud, esto es, de nadie y todos a la vez, la mañana hay que reservarla a ese individuo que, mal que nos pese en muchas ocasiones, piensa, siente y actúa desde el móvil escenario de nuestro cuerpo, y que la costumbre nos ha hecho identificar con nuestra propia persona.

Es ese cuerpo, conjunto animado de piel, cartílagos, huesos, vísceras, arterias y agua, el que hay que tratar con esmero por uno mismo, es decir, la voluntad de la que hablaba Schopenhauer, para que ésta se pueda sentir en condiciones de llevar a cabo ese proyecto oculto que anida dentro de sí, y de cuya ejecución nos encargamos casi a ciegas, sin saber en el fondo ni el origen ni el destino de sus actos.

Entre medias de ambos, como eslabón imprescindible para pasar de lo imaginado a lo realizado, se encuentran las emociones, verdaderos dueños de esa conciencia cuya existencia sólo conocemos a través del lenguaje. A veces es extraño, hay que reconocerlo, convivir con esa forma invisible de energía -la voluntad- que a fuerza de identificarse con uno mismo, nos hace sufrir y padecer de manera tan injusta.

A diferencia de la noche, territorio de la colectividad, la mañana es un buen momento para estar solo, y de esta guisa, experimentar la rara sensación de sentirse acompañado únicamente por la naturaleza. Una sencilla caminata entre árboles puede ser, ¿por qué no?, una buena manera de ordenar los sentimientos y eliminar aquellas idean que flotan inútilmente sobre nuestras cabezas y nos impiden avanzar en nuestros proyectos de vida con serenidad.

Conviene de vez en cuando inventarse un camino por el que pasear mientras se respira el aire tranquilo de la mañana. Se trata sin más de alejarse por unas horas del ruido de las propias preocupaciones, de vivir al margen de esa dictadura sentimental contra la que nuestra razón puede hacer tan poco.

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