sábado, 16 de julio de 2011

El lenguaje de los peces


El que sabe no habla, el que habla no sabe. La idea de Dios nace con la palabra, ante el asombro del primate que empieza a comprender, tras observar los ciclos de la naturaleza, el sentido de la repetición. Con la palabra surge la verdad, y con ella, su compañera más fiel, la mentira. Verdad y mentira cohabitan armoniosamente como el poder y la bondad, en un mundo de orden donde el caos nos ayuda a conocer el rostro de la divinidad. En realidad no hay orden posible en un mundo en constante mutación, en el que el ruido se cuela por cualquier rincón y es preludio del dolor, el auténtico emisario del gran Todo. La idea de Dios como algo necesario e imposible de entender nace con la palabra y muere con el silencio, con un silencio que es más prueba de resignación que de entendimiento. Conforme el silencio va gananado terreno a lo demás, desaparece la geometría, la necesidad del orden. En fin, dejo a un lado los rotuladores y su lógica orientada al número tres, con todo lo que ello conlleva. Con la llegada de la acuarela, me voy acercando suavemente al lenguaje de los peces, con la alegría de un niño que descubre por primera vez el oleaje del mar y roza con sus manos el océano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario