miércoles, 13 de julio de 2011

El camino de Paul Klee


Hasta hace bien poco sentía bastante indiferencia por la obra de Paul Klee; de vez en cuando me topaba, por azar, con alguno de sus cuadros y me decía: ¡vaya, qué bonito!, y seguía hacia adelante sin hacerme más preguntas. Sin embargo, he de reconocer que hay algo en Paul Klee, en los cuadros que he visto aquí y allá, generalmente en libros de arte y no en museos, que me atrae cada vez más. Sus cuadros rebosan sencillez y complejidad al mismo tiempo, comparte en alguna medida la genialidad de Mozart. Detrás de sus cuadros no parece haber ni técnica ni esfuerzo, pero la imagen queda ahí, clavada en las pupilas primero y en la memoria, más tarde, del observador, como un desafío a su inteligencia o su sensibilidad, que viene a ser lo mismo. Si pensamos en Miró, por ejemplo, el pintor poeta por excelencia, descubrimos con relativa rapidez la técnica que le permite crear un estilo único. Miró juega a ser niño y lo consigue con naturalidad y maestría a partir de cuatro trazos, formas y colores. Al ver un cuadro de Miró, uno lo reconoce por su semejanza con los anteriores, aunque el tema sea diferente. En el caso de Klee, los cuadros difieren mucho unos de otros pero todos guardan algo en común, algo misterioso y difícil de explicar. En fin, veo sus cuadros y me apetece pintar con acuarelas.


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