domingo, 11 de julio de 2010

Noche de augurios


Cae una tremenda tormenta sobre Luxemburgo. Por la violencia con la que se expresa la naturaleza, parece que estamos en el trópico. El ruido de la lluvia me desvela en mitad de la noche, tal vez estaba soñando con el pulpo Paul, tal vez participaba sin saberlo en una batalla contra los lacedemonios. El agua que va cayendo sin medida servirá para refrescar esta noche irreal, preludio de la mayor de las alegrías o de una decepción mayúscula. En cualquier caso, esta noche, como todas las demás, parece fuera de la realidad, situada en un territorio hecho a la medida del inconsciente. En este ámbito el hombre racional se da cuenta de sus limitaciones, constata que vive a merced de fuerzas que son ajenas a su propio ser, tan perfectas como las leyes que rigen el movimiento de los planetas; todo ello presidido por la mecánica de la repetición, sin cuya existencia la vida sería una locura sin fin. No sé si esta reflexión en concreto es muy disparatada, sólo confío en que a fuerza de indagar en la naturaleza de las cosas un día encontraré el sentido a este deambular por las palabras y las formas. En mitad de la noche, como remedio para volver a conciliar el sueño, Montaigne me hace sonreir con su catarata de frases tomadas al vuelo, enseñanzas de una época antigua y cercana al mismo tiempo. Ya dejó de llover, el silencio envuelve de nuevo la madrugada con su singular manto de buenos augurios.

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